El ser humano inocula de emoción todas las relaciones que establece tanto con personas, como con animales e incluso cosas. Salvo en el metafórico caso del “Olvidado rey Gudú” de Ana María Matute (https://bit.ly/3gb8NQI) no está en su mano privar de emoción a su interactuar …
Esto supone que día tras día vamos acumulando emociones, que de un modo u otro se van depositando en nuestra mente para constituir lo que se acostumbra a llamar Memoria emocional, la cual incide consciente e inconscientemente en nuestro comportamiento.
De este modo, si por ejemplo hemos tenido una fuerte discusión con un compañero de trabajo, es probable que nuestro enfado no nos permita hablar con él hasta pasados unos días, aunque por temas de coordinación nuestros roles requieran una comunicación constante. O también puede suceder que nos sintamos perjudicados por una decisión tomada por nuestra jefa y eso repercuta de alguna forma en el modo de llevar a cabo las funciones que tenemos encomendadas.
En definitiva, nos vamos cargando de emociones que si no tratamos de “limpiar” terminan por dañar nuestras relaciones personales y profesionales.
En ese sentido una herramienta para poner en práctica esta “higiene emocional” es la comunicación. Si somos capaces de poner palabras a nuestros sentimientos y compartirlos con las personas que han generado nuestro enfado, tristeza, frustración, desmotivación, … aumentaremos sustancialmente las posibilidades de reparar el conflicto que han provocado. Esto mismo, también es posible trasladarlo al contexto grupal, es decir a la reunión, ya que si un equipo de trabajo es capaz de incorporar en sus reuniones esta “higiene emocional” verbalizando aquellas situaciones que le están dificultando crecer profesionalmente, sin lugar a duda habrá dado un gran paso adelante hacia su desarrollo y bienestar.
Rivendel Grupos y Organizaciones