Se acostumbra a decir que tras cada despedida se esconde una pérdida. Quizá ese sea uno de los motivos por los que se presta tan poca atención al modo en el que decimos adiós. Aunque también es cierto que conforme “peor” nos despedimos, más nos cuesta afrontar dicha pérdida.
En planos laborales, esta dificultad es muy patente. En muchos equipos de trabajo cuando uno de sus integrantes se marcha, se trata de actuar como si no pasara nada, restándole la importancia que tiene. Con suerte igual se organiza una cena de despedida o un pequeño acto “low cost” en la misma oficina. Pero despedirse es mucho más que eso.
Si nos centramos en la parte técnica, resulta clave compartir qué tareas van a quedar pendientes de realizar, cómo se va a reorganizar el grupo hasta que se incorpore el/la sustituto/a o cómo se le va a ayudar a este/a último/a cuando llegue.
En cuanto a lo emocional, es importante tener en cuenta que no solo se despide quien se va, también lo hace el resto del grupo. Por ello es necesario dar un tiempo para que todo el que quiera pueda decir adiós. En este proceso la figura del/a líder resulta clave, ya que sus decisiones influirán en el comportamiento del resto del equipo. Puede ayudar al grupo a confeccionar un protocolo de despedidas, dejar que se realicen de una forma más espontanea, permitir que el equipo decida en cada ocasión cómo quiere hacerlo, … En cualquier de los casos, no debiera de obviar la trascendencia que tiene para todos una buena gestión de este tipo de situaciones. Otro aspecto importante a resaltar, es que el modo en el que se gestionan las salidas en un equipo, influye de forma considerable en cómo se recibe a las personas que llegan al mismo (https://rivendelsl.com/blog-rivendel/donde-esta-el-manual-de-instrucciones-del-equipo-de-trabajo/). De algún modo se podría decir que el cuidado que se pone en la despedida de los que salen, se transfiere al modo en que se acoge a los nuevos.
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